martes, abril 14, 2015

Guardia de televisión: reseña a la primera temporada de “El ministerio del Tiempo”

«El cliente (no) siempre (, nunca) tiene la razón».

Entre noches cada vez menos frías, domeñadas por esperpentos recauchutados y mal teñidos y por engendros que resquebrajan la quietud con sus gorgoritos, cuando no alaridos, una sombra ha estado cruzando veloz el bosque de antenas que ya no existe. Algo que ha querido ser diferente pues el gran público no siempre tiene la razón.

Tras terminarse la única temporada de “Víctor Ros”, con la que muchos hemos vuelto a pulsar el botón 1 de nuestro mando a distancia, había mucha expectación con “El ministerio del Tiempo”, una serie española que mezcla ciencia-ficción con historia. Sí, española. Cuesta creerlo. Una producción que ha revolucionado las redes sociales y con la que, siendo sincero, también me he dejado llevar por los tuits, sintiéndome, por desgracia, como en aquellos momentos en los que la trilogía tolkieniana de Peter Jackson se colaba en cualquier conversación. Pero he querido (¿podido?) refrenarme a tiempo, simplemente porque me gusta más “Víctor Ros” que “El ministerio del Tiempo”. 

Llegado a este punto, no soy capaz de recordar  una expresión al uso para lo que quiero exponer, ya que tan solo me sale el de “la confianza da asco” (totalmente desacertada y fuera de lugar) para tratar de vestir cierto aborrecimiento que he sentido hacia la vorágine que se ha estado generando con esta nueva serie; vorágine como la que ya viví hace más de una década. Por entonces, fui uno de tantos frikis que seguían las andanzas de hobbits, elfos, enanos y humanos, malgastando el tiempo en foros y topándome con ciertos elementos que terminaron por obligarme a enterrar los libros de "El Señor de los Anillos" bien hondo y a abandonar al polvo la edición extendida de la trilogía cinematográfica. Simplemente, acabé aborreciendo el género y respecto a la nueva trilogía de El Hobbit… pues la voy viendo también a golpe de dvd; ni se me ha pasado por la cabeza perder el dinero yendo al cine y tampoco es que sea algo me quite el sueño. 

Hace más de diez años me desembaracé, cansado ya, de toda la fantasía y, por simpatía nada simpática, de mi querida ciencia-ficción, a la que he ido regresando en cortas visitas para “tomar el té” y poco más, abrazando la ficción realista con cierto fervor fanático.

Por eso quizá haya visionado esta primera temporada de “El ministerio del Tiempo” con algo más de cabeza fría, ya que Internet está a rebosar de pollos sin cabeza.

La propuesta de los hermanos Olivares (uno de ellos, tristemente fallecido) es un soplo de viento fresco por haberse atrevido a conjugar algo que, hasta hace unas semanas, parecía imposible en la televisión actual: una serie de acción que nos lleva a diversos momentos de nuestra historia y a tratar con personajes clave de la misma. Es digno de elogio que lo hayan conseguido y, encima, con tanta calidad de ambientación y de cásting. Sin embargo, dentro de mi frialdad, soy de los que han ido encontrando piedras con forma de interrogantes sobre el propio guión; un libreto en el que no sé si está plagado de zonas en blanco o si ha sido quemado con la colilla de un cigarrillo por pura desidia. 

Os adjunto una serie de cuestiones, muchas tontas, pero que me han ido asaltando y que merecen su momento de “gloria”:
  • ¿No sería más lógico que el ministerio estuviera ubicado en El Escorial, la famosa “Puerta del Diablo”? 
  • Si las patrullas tienen por misión mantener inalterado el Pasado histórico, ¿por qué no se aprecian cambios como desaparición de recuerdos, objetos, obras, etc.? Me estoy refiriendo a “Regreso al Futuro” primera parte, en la que Marty MacFly la pifia con su madre y su Futuro se va desvaneciendo en una foto. Tal y como están presentados los argumentos de los capítulos de “El ministerio del Tiempo” se ve que siempre van a conseguirlo. 
  • ¿A qué viene el rollo sobre el Futuro (Pasado) de Amelia Folch si lo descubriría todo con tan solo consultar la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional de España? Siendo de una familia pudiente y una de las primeras universitarias, seguramente los periódicos recogerían más de una noticia referente a ella. Incluso le bastaría con ir al Registro Civil.
  • ¿No tendría que haber un control de seguridad en cada puerta? Esta pregunta, quizá, sobra, viendo cómo los funcionarios del día a día se saltan a la torera los sistemas de seguridad allá donde trabajan.
  • ¿Por qué no hay controles médicos visibles? 
  • Si el ministerio, por lo que se ve, no cumple la añeja normativa de acceso de discapacitados (de 1985 si no me equivoco) y no hay una sola rampa y sí un montón de escaleras, ¿cómo Alonso de Entrerríos mete una Harley-Davidson de unos 250-300 kilos dentro?
  • ¿Por qué Julián, hombre del s. XXI, nunca se queja del pestazo de las calles de épocas pasadas?
  • ¿Por qué…?

Creo que mi lista ya roza lo grotesco.

En el ministerio, que se desgañita por mantener el statu quo ante histórico, se aprecian un montón de goteras, cuando no filtraciones y moho para aquel que lo visiona como algo más que un puro entretenimiento, para alguien que se ha vuelto demasiado exigente con las producciones de televisión. En ocasiones no hay ningún hilo que enlace distintas escenas, y algunas son tan abruptas que te dejan descolocado, frunciendo el ceño y echándote hacia atrás en el sofá.

Por todo ello, ¿es para tanto como para que se obtenga una respuesta así por el público en las RRSS (ya que en audiencia el esperpento sigue siendo el rey)? Hasta el empuje de la gente en Twitter y demás plataformas ha permitido que la serie renueve, al menos, por una temporada más; lo cual es muestra evidente del poder que tienen estos medios. Sin embargo…

La serie me parece harto entretenida, aunque mi opinión acerca de diferentes capítulos dista mucho de la general que se leen en las RRSS. Para gustos, los colores. Cuenta con notas sobresalientes, tanto como para pasar el rato inocentemente como para que sus espectadores nos convirtamos en los habitantes de una irreductible aldea gala que se niega a la zombificación y a la ignorancia más aguda y generalizada a nivel patrio. Creo que “El ministerio del Tiempo” es lo que es: un divertimento que tiene el gran mérito de haber conseguido que muchos cojan por primera vez en su vida una obra de Lope de Vega, García Lorca o al Lazarillo, sepan que durante sesenta años las coronas de España y Portugal estaban sobre una única testa o quién era el Empecinado; o, como yo, que he visto con nuevos ojos a Picasso.

Quizá "El ministerio del Tiempo" sí sea la punta de lanza, el ariete, en una cruzada por la conservación de nuestro patrimonio histórico.

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