lunes, marzo 14, 2016

Billetes verdaderos que cuentan una historia falsa

Muy felices me las prometía yo allá, a finales del extinto año 2015. Por capricho de la Providencia, de nuevo me veía con algo de peculio, suficiente como para retomar, aunque fuera de forma ilusoria, mi arrinconada afición por el coleccionismo de billetes de banco, la cual, para los más bisoños entre estos mamparos, fue el motor de arranque de El Navegante del Mar de Papel. De un breve examen a la pantalla, en la columna de la izquierda, podrán estos dar cuenta de que ese tiempo quedó prácticamente en el olvido.

Como iba diciendo, me veía ebrio de emoción, ansioso por adquirir más piezas para mi colección y engordar mis álbumes; hasta de dedicarle tiempo a la sección notafílica de este blog. Y durante esas últimas semanas de los meses de Noviembre y Diciembre, dedicadas casi por entero a la tarea de seguimiento de diversos ejemplares por Internet, me topé con una fabulosa serie de billetes que doblegaron mi raciocinio, empeñándome por continuar ampliando el número de especímenes emitidos durante los años de la segunda guerra mundial. 

Unos días antes, en el reubicado (y mejorado) mercadillo de antigüedades de Pontevedra y llevado en volandas por la emoción incontenida, me hice sin contemplaciones con cinco billetes de las islas Filipinas (tres de ocupación nipona y dos de la guerrilla) a precios tan irrisorios que me dieron a entender que quienes los vendían no tenían demasiada idea de la mercancía que manejaban. Fueron las primeras gotas del veneno en mi organismo: quería más, quería darme el capricho tras años de abstinencia y así es como, con dos fulanas colgadas de los hombros como son el dinero de más en los bolsillos y la aspiración de poseer más ejemplares de esa etapa histórica, di con un vendedor en Ebay cuyo género que me quitaba el sueño: cierto que eran ejemplares hechos trizas y que esos mismos se podían adquirir en condición sin circular por pocos euros más; pero tenían algo único. ¿Cómo apartar la mirada de un billete polaco que había sido resellado por las Waffen SS y la policía judía del geto de Varsovia? Ese fue el primero y había muchos más haciéndole compañía. Mis ojos no tenían respiro, saltando de uno a otro, y mi imaginación volaba hasta el límite de querer crear en este blog una sección con la que renaciera la de Todos mis billetes y que llevaría el nombre de Billetes en guerra.

Poseo algunos ejemplares de uso militar e, incluso, emitidos bajo la sombra de la esvástica (que podéis admirar aquí si sois lo suficientemente hábiles y tenéis tiempo para ello), pero ese nuevo filón era novedoso y sorprendente. Los anhelaba. Los ansiaba aunque el esfuerzo económico fuera realmente alto para unos billetes que apenas se conservaban íntegros. Una electricidad recorría todo mi ser y deseaba escudriñar sus rectangulares formas al detalle; siendo esto último lo que me libró de volver a ser la víctima propiciatoria y vergonzosa de charlatanes y estafadores que, por desgracia, campean sin angustia alguna por las páginas de compraventa de Internet.

En la página de seguimiento fui acumulando los ejemplares por los que bebía los vientos para darme un regalo que coincidiera con mi cumpleaños, y pensando en la sección con la que os obsequiaría a todos, fui desentrañando los misterios encerrados en el papel moneda. Esos sellos eran la raíz de su valor y los dos primeros pasaron el trámite sin problema, pero el tercero ya comenzó a preocuparme. Este estaba estampado en un billete de un país ocupado por la Alemania nazi a partir de 1941, sin embargo, el sello marcaba una fecha concreta de 1937 y una palabra en alemán también muy concreta. Si los dos primeros se referían a la Administración militar alemana, éste se dedicaba a hacer mención a una especie de olimpiadas para las SS acontecidas cuatro años atrás en Alemania. ¿Qué razón lógica podría haber llevado a un funcionario del gobierno de ocupación a estampar tal resello en un billete de circulación válido? La brecha comenzó a ahondarse y a franquear el paso a la sospecha cuando dediqué el tiempo de estudio a otro ejemplar, emitido en Grecia en 1940, adornado por un impresionante sello en rojo con dos palabras en alemán, que me llevaron hasta un lazareto militar de la Cruz Roja en Finlandia.

Dios mío. Aquello era una pesadilla y la cosa no daba fin ahí, no, señor. Había otro vendedor por la zona que ofrecía un billete de ocupación nipona de las Filipinas resellado con la totenkopf de las SS. ¡Toma ya! Eso sí que era rizar el rizo.

Fue una bendición de los hados que me liberaran a tiempo de la venda que mi prolongada ausencia en estos negocios propició mi ceguera durante varios días de incertidumbre, pues justo estaba esperando a que el vendedor en cuestión volviera a subir a la Red un billete belga con el resello de la Kriegsmarine. Si lo hubiera subido antes, habría pecado de ingenuo. Fue cuestión de horas, al fin y al cabo, y me salvé de dilapidar mis escasos recursos económicos en papel moneda que no valía ni para quemar.

Por supuesto, lo primero que hice fue eliminar todos los seguimientos y reservas, largando un hondo y agradecido suspiro de alivio ya al dar en Google con una página web inglesa para coleccionistas de notafilia, en la que se alertaba acerca de este nuevo timo. Timo que tampoco era tal en su totalidad, pues se daba en ocasiones la circunstancia de que muchos vendedores eran de buena fe y, a su vez, habían adquirido la mercancía de estafadores sin escrúpulos, que no son más que tipos listos que han comprado billetes verdaderos de la franja 1939-1945 prácticamente incoleccionables por su lamentable estado, a los que han ido estampando signos con matasellos reproducidos (pues también hay mercado para las reproducciones) por algunas empresas polacas y empleando tinta auténtica de setenta años de antigüedad, adquirida en mercadillos de Europa del Este.

Con esta práctica, billetes que apenas valen unos céntimos se pueden vender hasta por decenas de euros por el simple hecho de colarse una esvástica, pero la exaltación de estos estafadores, junto con su desconocimiento de la Historia, son su condena y lo que los desenmascara.

También encontramos esta mala costumbre en ciertos billetes del periodo de la II República a los que se les estampa el Águila de San Juan y las armas de los Reyes Católicos, símbolo mismo robado por el régimen franquista.

Eso sí,  alertaros de que la práctica del resellado sin que sea estafa,  también aparece en los billetes de banco y en algunos de estos periodos, aunque, sobre todo, en países donde la inflación obligó a modificar el importe nominal o en aquellos que acabaran de alcanzar la independencia de sus metrópolis.

Como todo en la vida, hay que hacer algo más que mirar.

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