miércoles, marzo 16, 2016

Mejores artilleros

Comparativa de punterías entre las Marinas
inglesa y estadounidense, publicada en el
número de 16 de Junio de 1899 de «
Alrededor
del mundo»
El Desastre de 1898 posee tantas lecturas desatendidas como elementos a tener en cuenta para explicar, de forma medianamente razonada, la derrota tan aplastante que sufrieron nuestros bisabuelos frente a la nueva amenaza yanqui.

Por supuesto, hay que dar debida cuenta de la situación política inflexible y nada ponderada, muy alejada de cualquier luz que permitiera el empleo de buenas armas y una mano firme. También que los Ejércitos españoles se vieron diezmados por una guerra declarada varios años atrás frente a los rebeldes, el clima, el hambre, la enfermedad, la desidia y el abandono, terminando por no ser rivales ante tropas y fuerzas que contaban con la baza de entrar frescas en un combate al que se aprestaban con un concepto de guerra ofensiva.

Este último antecedente es de aplicación directa a lo que vino siendo el resultado más vistoso de la derrota sufrida los días 1 de Mayo y 3 de Julio de 1898 en Cavite y en Santiago de Cuba, respectivamente, donde los americanos se lo pasaron en grande a base de cañonazos en una batalla naval muy desigual, pero por motivos bien diferentes a los que siempre se han presentado en vanguardia para la pública autoflagelación histórica y, por supuesto, humillación de puertas para adentro que tanto parecen divertir a los estúpidos e ignorantes vestidos de levita o de puño en alto, dando por cierta cualquier basura vomitada por los servicios de contrainformación y de guerra psicológica del enemigo.

Nuestra flota, allá en 1898, poseía un carácter evidentemente disuasorio y de defensa. Nosotros no nos regíamos por una política marítimo-colonial de expansión, sino de conservación de lo poco que nos quedaba por entonces. Las líneas de yacht de nuestros navíos de guerra parecían dar una imagen demasiado inocente frente a lo de los acorazados norteamericanos y es obvio, pues estos últimos tan solo tenían una ridícula costa que defender en comparación y, a la par, una irrepetible oportunidad de irrumpir en la escena internacional y colonialista por la fuerza. Defensa ribereña contra un planteamiento agresivo y triunfante por medio de una jugada de mano al primer golpe.

Si atendemos a los estudios del crítico naval británico H. W. Wilson acerca de la capacidad formativa de los artilleros norteamericanos en aquel año de 1898, extraemos unos datos estadísticos que en España no podíamos igualar por mucho que nos hubiéramos esforzado atosigando económicamente al país, retrasado en cuando a industrialización y desprovisto de fuentes de materias primas cercanas:

Los EEUU destinaban seis millones de pesetas (de la época, claro está) al año en ejercicios de tiro al blanco con la artillería naval. A partir de Julio de 1897, los ejercicios se intensificaron hasta alcanzar el número de catorce maniobras al año y se destinaban premios económicos a los mejores artilleros de cada brigada de veinticinco hombres (entre cinco y diez duros).

Las brigadas del Philadelphia marcaron en 1897 el récord de 92% aciertos en el blanco. En 1898, dicha marca fue batida por el Texas, que alcanzó los 93 aciertos sobre 100.

Si comparamos dichos números con los registros de la Marina de guerra inglesa, la Escuadra del Mediterráneo, que se consideraba excelente, tan solo alcanzaba el máximo de 30 aciertos de cada 100 disparos.

En su momento, tales datos de la Marina yanqui fueron tomados por exagerados, obviamente, pero también los de la inglesa eran un tanto fantasiosos.

Aún así, por mucho valor demostrado en batalla, nuestros cañones eran más lentos por culpa de su propio diseño y de sus brigadas. No contábamos con una mecánica equiparable y nuestros hombres no habían recibido una formación tan exquisita y generosa tras años de guerra y estupidez en pasillos y gabinetes ministeriales.

El campo de batalla está plagado de incógnitas que ni el arrojo desmedido puede llegar a resolver.

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