martes, septiembre 19, 2017

Guardia de televisión: reseña a «Expediente X, Temporada 10ª»

Título original: «X-files». 2016. Canadá. Ciencia-ficción. Ocho capítulos. Director: Chris Carter. Guionista: Chris Carter. Elenco: Gillian Anderson, David Duchovny, Mitch Pileggi

El regreso a la pantalla de «Expediente X» ha levantado dispares y enfrentadas pasiones. Yo habría pedido más, pero no por ello esta 10ª temporada desmerece el esfuerzo

Cuando se dio por emitida la 10ª temporada de «Expediente X» en los canales de pago, las voces reprobadoras no tardaron en hacerse notar en los corrillos y líneas de sangre de las redes sociales. Tenían que dar a luz e imponer sus opiniones, que todo el mundo las leyera o escuchara sin excepción, vanagloriándose de poder influir a las masas informes: «Este Expediente X NO es lo mismo».

Con esas míseras palabras y nada más se sintieron satisfechos. Bastaban. Sobraban. ¿Para qué esforzarse en los tiempos que corren, corren y corren como pollos sin cabeza?

No. El «Expediente X» de 2016 no es lo mismo. Quizá hayan transcurrido demasiados años; quizá haya una excesiva separación temporal entre la 9ª y la segunda película de la franquicia y este retorno de unos maduros Mulder y Scully. Resulta innegable que la población de arruguitas y canas ha prosperado, como en la imagen que nos devuelve a nosotros mismos el espejo cada mañana, aunque he de reconocer que me pone mucho más Gillian Anderson ahora, bien pasados los cuarenta, que cuando tenía veinte años (su estilismo de entonces, calcado del de la secretario de Estado de la Administración Clinton, Madeleine Albright, no le hacía justicia).

Las cosas son como son y han variado algo los rostros y se han saturado los guiones de constantes jocosidades del tipo «yo soy de la vieja escuela: era pre-Google».

No es lo mismo, pero, ¿qué se esperaba la gente? «Expediente X» es una de las series clave de los años ’90 del pasado siglo y, por tanto, mitificada hasta extremos absurdos. Como fútiles anacoretas adoradores de lo ortodoxo ahí están los críticos para refunfuñar con los labios apretados, sin razonar su enojo y decepción. «No es lo mismo; no es lo mismo»; vale, no es lo mismo, ¿y qué?

Por mi parte, no he encontrado en esta 10ª temporada nada que la haga desmerecer con respecto a las vetustas entregas originales. Son menos capítulos (6 contra 24) que condensan con firmeza el espíritu de la serie, con su hueco para alienígenas (los episodios de esta temática siempre fueron mis favoritos), monstruos y mutantes, entes imposibles y hasta cierto elemento cómico. Incluso nos han dejado con un palmo de narices con el final del sexto capítulo; aunque reconozco que no me ha sido plato de mi gusto en qué se ha concretado la conspiración humano-extraterrestre liderada por el Fumador.

Quizá discrepe alguien conmigo en este último punto. Le parecerá genial el vuelco de esa conspiración, pero el objetivo final resulta, cuanto menos, demasiado traído a la ficción durante los últimos años.

Otro aspecto desfavorable es la irrupción de la pareja de agentes del FBI Miller y Einstein. Voy a explicarme: se advierte cierto interés de la productora por revitalizar la franquicia, lo cual me parece espléndido, colocando a estos jóvenes como discípulos/sucesores de Mulder y Scully, para cuando los cuerpos no den para más, heredando el sótano donde empalidecen los dos héroes de «Expediente X», pero el calco que hay entre ambos dúos es ridículo: los nuevos agentes son un par de ovejas Dolly de los protagonistas. Miller es un fanático de los fenómenos paranormales y Einstein una escéptica doctora en Medicina; pero su paralelismo sobrepasa no solo el aspecto físico sino a sus apellidos: Mulder-Miller, Scully-Einstein. Esto, lejos de crear una personalidad propia y atractiva, hace que el televidente veterano sienta más apego por los personajes originales y observe con recelo a los “usurpadores”.

Por otro lado, el personaje de Tad O’Malley, con su rollito conspiranóico, con programa por Internet y limusina en la puerta del estudio, me parece incluso infantil.

Es posible que a más de uno le resulte un tanto pesado el recurso narrativo de los remordimientos de Scully como madre que tuvo que dar en adopción a su hijo, y que se extienden a lo largo de los seis capítulos de los que consta la temporada sin excepción, entre los que apenas se cuelan unos pocos meses de descanso. Es nomotético que prime tan poderoso sentimiento: da profundidad (innecesaria) a Scully y a la solución que se adivina para los últimos instantes del sexto episodio; sin embargo, la condensación que sufre esta entrega puede que convierta tan valioso ingenio en un cliché.

Mi opinión respecto a esta 10ª temporada es que quiero ver la 11ª cuanto antes, pues nos ha dejado con un palmo de narices en un congestionado puente sobre el río Potomac, en mitad de una pandemia mundial y bajo el foco de un OVNI; ahí es nada. 

Sí, este regreso de Mulder y Scully podría haber tenido más, mucho más; pero no por ello deja de ser triunfal.

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