martes, noviembre 28, 2017

Guardia de literatura: reseña a «La perla», de John Steinbeck

Luis de Caralt Editor SA, Barcelona
Séptima edición: julio de 1986
126 págs.
ISBN: 84-217-3134-3
Un recorrido inalterable por el alma humana gracias a unos personajes que flotan ante las retinas del lector y en los que se dan citan virtudes y pecados

Las parábolas son historias que nos llevan acompañando desde la más tierna infancia, desde el origen de los tiempos, dotando a nuestro intelecto de la conciencia de un término que, cuanto menos, suena bastante raro; tanto como para que lo aprendamos sin dificultad. Las parábolas son enseñanzas extraídas del vagabundeo de nuestra especie, narraciones que pretenden erigirse como señales de advertencia, con independencia de la edad de la persona que servirá de recipiente de las mismas una vez escuchadas o leídas. Y una parábola moderna es la que escribió John Steinbeck con «La perla».

Steinbeck fue un autor norteamericano que trasladó a sus textos vivencias propias y ajenas, desde las que confluyen en un triste y pobre poblado de pescadores hasta las calles desiertas de la Gran Depresión, pasando por los claros abiertos en la jungla de Vietnam. Y siempre lo hizo con una prosa elegante, inquieta e inquietante, retratando una realidad incontestable, carnal y desnuda; la máquina de escribir hería el folio en blanco transmitiendo un escenario compuesto por sentimientos, sensaciones y un trágico desenlace.

«La perla» es claro ejemplo plasmado de los esfuerzos de John Steinbeck por formar un universo de denuncia social y brutalidad sin respuesta justa. Un recorrido inalterable por el alma humana gracias a unos personajes que flotan ante las retinas del lector y en los que se dan citan virtudes y pecados. Kino es el hombre que quiere ser libre, que luchará por no perpetuar la pobreza en su familia, en Coyotito, su hijo; Juana, la esposa de Kino, es la encarnación del sosiego maternal y de la lealtad mal entendida hasta que la tragedia la quebrante y deje de caminar tras su esposo para comenzar a hacerlo a su misma altura; Coyotito, no más que un bebé, es el elemento aglutinador de una desgracia que puede trastocarse en oportunidad ante el encuentro de una perla fabulosa el mismo día que es picado por un escorpión: una perla que dará la oportunidad a Kino de torcer el futuro y burlar al Destino. A estos personajes se les unirán otros en una larga galería de rostros casi sin nombre propio en los que recalarán todos los pecados imaginables y muy pocas virtudes, acrecentando la distancia yerma que separa los pobres de los ricos. John Steinbeck no se limita a los pescadores de perlas, sino que pretende abarcar a toda una ciudad, sobre todo cuando describe las marchas de curiosos en busca del corrupto doctor, cuando Coyotito es picado por el escorpión, o cuando Kino se dispone a vender la Perla del Mundo, un granito de arena rodeado de secreciones de ostra que fascinará a los más humildes y a los más avaros; algo perfecto en apariencia que será el agujero negro que atraerá a la maldad, desfigurando a los hombres, alimentando su gula e ira homicida. Con razón Juana asegurará que la perla está maldita cuando ruega a su marido que se deshaga de ella; pero Kino es testarudo y quiere salir victorioso, desviarse del curso de agua apático en el que su raza lleva atrapada largos siglos. La perla es su clavo ardiendo y la sangre fluirá por las heridas abiertas por un cuchillo y una bala de plomo.

John Steinbeck no traza una historia de fácil digestión. Cuando abrí las tapas del libro por primera vez una sensación nauseabunda anegó mi espíritu, obligándome a aparcar la lectura. Algo rezumaba aquel libro en cuestión, pero dejó clavada en mi “agenda” un aviso, pues debía regresar a él, importando poco los meses que transcurrieran; hasta que me viera con fuerzas para ello. Y, al fin, el hijo pródigo se dejó ver y retomé «La perla», disfrutando de su corta duración en las que los paisajes naturales y humanos se deshacen como un ovillo de lana, creando una composición de fresca belleza y simplicidad, de ternura y desasosiego indescriptibles ante la injusticia que se cebra siempre en los pobres y en los trabajadores. Ni siquiera la luz les mira con buenos ojos y Kino pagará alto precio por su osadía, al pretender cambiar el rumbo de sus días, tomando la senda del mal.

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